martes, 10 de diciembre de 2013

¡Arte para todos!

¡Muy buen martes para todos!


Venimos de estar presentes en eventos muy bellos de los cuales ya desarrollaré con detalle cuando logre bajar un cambio, tomar un té y reflexionar un poquito acerca de todo lo increíblemente vivido durante esta última parte del año.

Se nota que llegó diciembre, momento reflexivo por excelencia, ¡ja!

En estos días me estuve acordando del gran Sethen Nachmanovitch y su libro Free Play, la improvisación en la vida y en el arte. Cuántas veces uno se pregunta si es o no es artistas, qué sería serlo, qué no, y en esas preguntas y repreguntas se pierde de vivir el arte de la manera más libre posible…


Para todos aquellos que alguna vez se preguntaron algo de esto, les comparto el prólogo de tan bello libro y un link con la versión completa online por si alguno quisiera profundizar.

Aquí el Prólogo (que lo disfruten): 

Hay una vieja palabra sánscrita, la que significa juego. Es más rica que nuestra palabra: significa "juego divino", el juego de la creación, el plegarse y desplegarse del cosmos. Lîla, libre y profundo, es  la vez el deleite y el goce de este momento, y el juego de Dios. También significa amor.  

Lîla puede ser la cosa más simple del mundo: espontáneo, infantil, ingenuo. Pero a medida que crecemos y experimentamos las complejidades de la vida, puede también ser el logro más difícil y arduo de obtener imaginable, y cuando fructifica es como si llegáramos a nuestro verdadero ser.

Quiero empezar con un cuento. Es una transcripción de fuentes populares japonesas, toda la extensión del viaje que haremos en estas páginas. Nos da una muestra del logro del juego libre, de la clase de impulso creativo de donde surgen el arte y la originalidad. Es la historia del trayecto de un joven músico desde el mero brillo hasta un rendimiento artístico más genuino, que surge sin obstáculos de la fuente misma de la vida:

 En China inventaron una nueva flauta. Un maestro de música descubrió las sutiles bellezas de su tono y la llevó a su país, donde dio conciertos por todas partes. Una noche se reunió con una comunidad de músicos y amantes de la música que vivían en cierta ciudad. Al final del concierto lo in-vitaron a tocar. Sacó la flauta nueva y tocó una pieza. Cuando terminó hubo silencio en la habitación durante largo rato. Luego se oyó la voz del más viejo de los presentes desde el fondo del salón: "¡Como un dios!". 

Al día siguiente, mientras este maestro hacía las maletas para marcharse, los músicos se le acercaron y le preguntaron cuánto se tardaría en aprender a tocar la nueva flauta. "Años", respondió. Le preguntaron si tomaría un alumno y respondió que sí. Cuando se fue, los músicos decidieron entre ellos enviarle a un joven, un flautista brillantemente talentoso, sensible a la belleza, diligente y confiable. Le dieron dinero para vivir y para pagar las clases del maestro y lo enviaron a la capital, donde aquél vivía. 

El alumno llegó y fue aceptado por el maestro, quien le dio una sola melodía simple para tocar. Al principio el alumno recibió instrucción sistemática, pero aprendía con facilidad todos los problemas técnicos. Llegaba para la clase diaria, se sentaba y tocaba la melodía... y el maestro sólo podía decir: "Falta algo". El alumno se esforzaba de todas las formas posibles; practicaba horas y horas, pero día tras día, semana tras semana, todo lo que el maestro decía era "falta algo". El alumno pidió al maestro que cambiara la melodía, pero el maestro se negó. La ejecución diaria de la melodía, y la diana respuesta "falta algo" continuaron durante meses. La esperanza de éxito del alumno y su miedo al fracaso se intensificaban, y oscilaba entre la agitación y el abatimiento. 


Finalmente ya no pudo seguir soportando la frustración. Una noche hizo la maleta y huyó sigilosa-mente. Siguió viviendo un tiempo más en la capi-tal, hasta que se quedó sin dinero. Empezó a beber. Por fin, ya en la miseria, volvió a su tierra natal. Como le daba vergüenza mostrar la cara a sus colegas, encontró una choza en el campo. Todavía poseía sus flautas, todavía tocaba, pero no encontraba nueva inspiración en la música. 

Los granjeros que pasaban lo oyeron tocar y le enviaron a sus hijos para que les enseñara los rudimentos. De esa manera vivió durante años. Una mañana alguien golpeó a su puerta. Era el virtuoso más viejo del pueblo, junto con el más joven de los estudiantes. Le dijeron que esa noche darían un concierto, y que todos habían decidido que no se haría sin su presencia. Con cierto es- fuerzo vencieron los sentimientos de miedo y de vergüenza del músico, quien casi en trance tomó su flauta y fue con ellos.

Espero les haya gustado el fragmento que elegí y que se entreguen al arte libremente...


A crear se ha dicho :)  ¡Que tengan una semana muy feliz!

3 comentarios:

  1. Dani, siempre tan inspiradora! A ser libres entonces y disfrutar! Gracias por regalarnos tan bello relato!

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    1. Gracias Marce!, siempre es un placer recibirte por aca.
      Beso enorme!!!

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  2. Muy bello amiga! como dice Marce: ante todo disfrutar de la creación! beso grande!

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